Un niño sostiene la bandera de Palestina
Un niño sostiene la bandera de Palestina
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EFE

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“Después de 75 años, hemos normalizado lo inadmisible”

Asegura comunidad colombo-palestina de Barranquilla.

Debemos hacer silencio cuando los niños duermen, no cuando están muriendo.

Una poderosa frase que invita a una profunda reflexión en vísperas de un nuevo y desproporcional bombardeo sobre la Franja de Gaza unos pocos días antes de que se conmemoren 75 años de la Nakba o catástrofe palestina.

La imagen de uno de los cuatro niños gazatíes asesinados con una lágrima en su ojito permanecerá como un fuerte recordatorio de que la “causa” palestina dejó de ser hace mucho tiempo una causa nacional.

Es hoy un llamado de urgencia a una humanidad con una conciencia, ojalá, cada vez más expansiva.

Los niños y niñas palestinas han sido “daños colaterales” por muchos años ya. Fueron y siguen siendo víctimas fatales y recurrentes de los ataques de uno de los ejércitos mejor armados del mundo.

Los periodistas, mujeres, adultos mayores, jóvenes, activistas extranjeros, personas en condición de discapacidad, civiles en general, animales, colegios, hospitales, lugares de culto, centros culturales y sitios patrimoniales, han sucumbido también ante los funestos ataques israelíes en la Franja de Gaza y en Cisjordania. Después de 75 años, hemos normalizado lo inadmisible.

En mayo 15 de 1948 se consolidó el proyecto de limpieza étnica de los nativos de Palestina con la creación del Estado de Israel. Árabes palestinos, cristianos y musulmanes son sistemáticamente expulsados de su tierra ancestral o masacrados mediante campañas como el Plan Dalet y la Operación Hiram. Estas violentas incursiones lideradas por milicias sionistas en aldeas y ciudades palestinas tenían como propósito “vaciar” y “limpiar” de árabes lo que sería el territorio del naciente Estado.

Los palestinos que con “suerte” se logran quedar dentro de las nuevas fronteras vivieron bajo ley marcial hasta 1966. Hoy ellos son ciudadanos de segunda categoría, la enseñanza pública de su lengua árabe se limita, ondear una bandera palestina se castiga. Se les conoce como “presentes ausentes”.

Todo en el lenguaje y la práctica indican la existencia de un Estado que no es democrático para todos sus ciudadanos.

Para los palestinos que fueron escoltados por las milicias sionistas hasta expulsarlos por las fronteras, o que huyeron atemorizados con lo poco que podían llevar a cuestas, la situación es desgarradora.

Muchos conservan aún las llaves y documentos de propiedad de sus casas en Palestina. Los vestigios de las aldeas destruidas en 1948 son hoy parques públicos, estadios de futbol o reservas naturales en Israel. Algunas casas tienen otros dueños.

Volvimos inadmisible el derecho a retornar de un refugiado. Cualquiera, por cualquier motivo, puede salir de su lugar permanente de residencia. Lo importante es que esa persona pueda regresar a él, cuando quiera.

Los palestinos salieron en masa en 1948 aterrorizados, temiendo que la nefasta suerte de la aldea vecina acaeciera sobre ellos. Fueron más de 400 aldeas las que desaparecieron.

Setenta y cinco años después, el retorno sigue siendo un imposible. Los campos de refugiados en Siria, Líbano, Jordania, Cisjordania y Gaza se desbordan con nuevas generaciones y con viejas ilusiones.

La resiliencia de los palestinos es admirable y la solidaridad del mundo va en aumento ante lo inadmisible de la catástrofe. Lo que sucedió en mayo de 1948 sigue sucediendo todos los días. Es la limpieza étnica de Palestina.

Seguimos normalizando la muerte de civiles y la falta de justicia, la destrucción sistemática de viviendas como castigo colectivo, la muerte de prisioneros políticos en huelga de hambre exigiendo un debido proceso.

Seguimos leyendo la realidad y las noticias con un solo ojo. Con explicaciones, creencias y argumentos simplistas y estereotipados nos alejamos peligrosamente de una urgente realidad. Las víctimas posan frecuentemente como los victimarios en un espiral de violencia que solo se acaba para iniciar al cabo de unos pocos meses.

Un espiral de violencia que muchos justifican y usan como arengas políticas para asegurar relecciones y enardecer a las masas.

Edward Said, el gran intelectual poscolonial palestino (1935-2003) ya nos hablaba en la década de los ochenta luego de la invasión israelí al Líbano sobre la inadmisibilidad de la existencia palestina. En este contexto, la violencia se lee entonces en clave de reducir la existencia y experiencia palestinas a lo más mínimo. Vale preguntarse entonces hasta dónde y hasta cuándo es admisible la falta de justicia y de reparación, de perdón y de rendición de cuentas. De una paz justa, al fin y al cabo.

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